Primer paso

Ya preparé la mochila: pasajes, documentos, algún que otro medicamento imprescindible (los años no vienen solos), algo de ropa, un buen libro y todo el dinero disponible.

Cerré las ventanas, corté el gas y la electricidad, di una última mirada a la casa antes de predisponer los ojos para el viaje y, con el mismo giro de llave que cierra la puerta, abrí el mundo.

Es curioso, ese mismo mundo estaba cerrado cuando hace media hora fui al supermercado a comprar una botella de agua mineral y un paquete de galletitas. Esa realidad me ofreció, por enésima vez, la posibilidad de conversar con alguien que viene de China (del otro lado del mundo), pero nunca lo hice, aunque me entusiasmo ante la perspectiva de viajar unas horas por mi propio país para conocer gente interesante.

Mientras camino se me ocurre que los viajes pueden ser la peor pesadilla de los nutricionistas, porque agudizan los sentidos y despiertan el apetito.

Abro el paquete de galletitas de limón y saboreo una. Tal vez la rutina sea la pesadilla del alma, porque la pone a dieta. Descubro que el mundo está siempre abierto y así, viajando, decido no esperar a viajar para vivir.

Leo

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